Un artículo del diario El Comercio (Perú) sobre el sistema educativo Finlandes, uno de los mejores del mundo
No son los que más invierten en educación, ni los que más tiempo le dedican. ¿Cómo es posible que Finlandia siempre gane en este ámbito? ¿Qué podemos aprender?
BBC Mundo. No son los que más invierten en educación
(menos del 7% del PBI), ni los que imponen la mayor carga horaria a los
niños en las escuelas (608 horas lectivas en primaria en comparación
con 875 de España, por ejemplo).
Tampoco se inclinan por dar cantidades excesivas de tarea para la
casa; y, a la hora de evaluar formalmente el éxito del proceso de
aprendizaje, un par de exámenes nacionales cuando los jóvenes dejan la
escuela, a los 18 años, les basta.
Entonces, ¿cómo es posible que los alumnos finlandeses siempre
ocupen los primeros puestos en las listas internacionales que evalúan
los niveles educativos?
Mientras en América Latina las protestas estudiantiles -más recientemente las de Chile
y Colombia- ocurren con frecuencia, Finlandia parece haber encontrado
un modelo -de educación gratuita de principio a fin y donde las escuelas
privadas casi no existen- que tiene a los maestros y a los estudiantes
contentos por igual.
EL ORGULLO DE SER MAESTROS
Son muchos los
factores que hacen que la educación en Finlandia sea una de las mejores
del mundo, pero uno de los temas clave, según varios expertos
consultados por BBC Mundo, es la calidad de los profesores.
“El profesorado tiene un nivel de formación extraordinaria, con una
selección previa tan exigente que no se compara con ninguna otra en el
mundo”, le explica a BBC Mundo Xavier Melgarejo, un psicólogo y
psicopedagogo español que empezó a estudiar el sistema educativo en
Finlandia hace más de una década.
“Sólo entra en las facultades de educación gente con notas por
encima de nueve, nueve y medio sobre diez. Son muy exigentes. Se les
hacen pruebas de lectura, sensibilidad artística, de dominio de algún
instrumento, de comunicación… Como resultado, las universidades sólo
reclutan a un 10% de los estudiantes que se presentan.
Y para ejercer la docencia todos los maestros necesitan hacer una maestría.
La contraparte de esta exigencia es el reconocimiento. No
necesariamente en términos económicos, ya que los sueldos de los
educadores no presentan grandes diferencias con el resto de Europa
(según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico,
OECD, el salario básico de una maestro de primaria es de entre US$29.000
y US$39.000 anuales), sino sociales.
“Los maestros son considerados profesionales académicos y tienen la
responsabilidad de desarrollar su trabajo, por eso no se ejerce sobre
ellos un control excesivo”, le explica a BBC Mundo Anita Lehikoinen,
Secretaria Permanente del Ministerio de Educación y Cultura de
Finlandia.
“Esta profesión atrae a tanta gente porque ser maestro es un honor
en Finlandia. Probablemente sea la profesión más valorada”, acota
Melgarejo.
“Yo no soñaba con ser profesora, pero ahora me dedico a esta
profesión y me gusta mucho”, explica Hilkka-Roosa Nurmi, una profesora
de español e inglés que tiene experiencia como docente de estas lenguas
en su país y en España.
“Aquí no es como en otros sitios, no tenemos tantas normas. Podemos elegir cómo enseñamos. Tenemos más libertad. Pero esto significa también más responsabilidad”, dice.
TÚ VALES LO QUE SABES
Otra de las razones por
las que el sistema finlandés funciona es, en gran medida, porque la
escuela es sólo uno de los engranajes del proceso educativo. Las otras
variables de peso son la familia y la sociedad -de tradición luterana-
donde hay un elevado sentido de la responsabilidad y donde se valora a
las personas “por su formación y no por su situación socioeconómica”,
dice Melgarejo.
Para darnos una idea, “en la cultura luterana uno se salva cuando
lee la Biblia, se llega a Dios a través de la palabra escrita”. Y aunque
hoy día las iglesias no estén muy llenas, el valor de aprender a leer y
escribir ha quedado profundamente arraigado en la cultura finlandesa,
agrega Melgarejo.
En esto coincide Lehikoinen: “la mayoría de los hogares están suscritos a uno o varios periódicos y ésta es una tradición que luego se pasa a los niños”, señala.
Los medios indirectamente también ayudan al aprendizaje de la lectura. “Todos los programas de televisión en lengua original, la mayoría en inglés, están subtitulados y eso impulsa a los niños a aprender a leer y a aumentar la velocidad lectora”, señala Melgarejo.
Pero también los finlandeses apuestan por la educación porque saben
que como país pequeño, rodeado de vecinos poderosos como Rusia o Suecia y
sin un arsenal de recursos naturales a su disposición, la cultura -su
dominio en el ámbito del conocimiento- es lo que lo que les da la
posibilidad de competir en una economía global.
Y puertas adentro, la excelencia en el nivel educativo se traduce
“en un grado importante de cohesión social, que les permite a los
finlandeses sentir que son parte de la sociedad, incluso en tiempos de
crisis”, explica Lehikoinen.
LECCIONES PARA AMÉRICA LATINA
Cuando se dieron a
conocer los resultados de la primera evaluación PISA (siglas en inglés
del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes de la OECD)
en el año 2000, el gobierno se vio inundado de visitas de delegaciones
extranjeras que acudían a Finlandia para descubrir los secretos de la
maravilla nórdica e implementarlos en sus propios países.
Alemania por ejemplo, azorada por sus resultados mediocres en la
prueba, tomó nota del programa finlandés e introdujo reformas en su
sistema.
¿Pero qué posibilidad tienen los países de América Latina, donde la
educación pública está lejos de ser un orgullo, donde el sueldo de los
maestros no está a la altura de sus responsabilidades y donde no existe
un estado de bienestar como en algunos países europeos, de implementar
un sistema educativo como el de Finlandia?
“No puedes copiar y pegar el sistema entero”, le dice a BBC Mundo
Andreas Schleicher, responsable de las evaluaciones PISA, “pero puedes
ver cómo los finlandeses saben quién es un buen maestro, cómo los
reclutan, cómo les asignan las clases o cómo se aseguran de que cada
niño se beneficie de lo que le enseñan”.
Melgarejo también cree que se pueden importar ciertos elementos,
como mejorar la selección de buenos maestros, fomentar las bibliotecas
públicas -ampliamente concurridas en Finlandia- y hacer que las familias
contribuyan al proceso de escolarización.
Y quizá una lección útil para América Latina sea aprender cómo Finlandia afronta los cambios en el ámbito de la educación.
“Todo se basa en la confianza mutua y en la construcción de un
consenso. Cuando planteamos grandes reformas educativas, por ejemplo,
siempre involucramos a los maestros y a los alumnos, no se trata de
órdenes del gobierno que los educadores tienen que acatar, son reformas
que hemos preparado juntos”, afirma Lehikoinen.
Después esta descripción de Lehikoinen, Melgarejo y Schleicher, uno
podría tender a imaginarse una clase en Finlandia como una situación
idílica: un grupo de niños obedientes escuchando embelesados una clase
magistral que interrumpen de tanto en tanto con una pregunta
inteligente.
Nada más lejos de la realidad. Los niños hacen las mismas travesuras
que en cualquier parte del mundo. Incluso, a veces, “cuando hacen las
mediciones de educación es una paradoja porque aunque les va muy bien,
cuando les preguntan si les gusta la escuela, siempre dicen que no.
Quizá eso se deba al espíritu independiente de nuestros niños”, concluye
Lehikoinen.
Fuente: Diario el Comercio
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